La institucionalización de las maras y la violencia por Bukele

Este año entre marzo y abril, circularon por las redes sociales y publicaciones en medios de información varios vídeos de mareros advirtiendo y golpeando a la gente por no acatar las medidas de cuarentena durante la crisis del Covid-19, y por otro lado repartiendo bolsas con alimentos, con lo que las maras manifestaban su afiliación, escalamiento y evolución institucional en las comunidades al grado de haberse convertido ya en la gendarmería de Bukele que se aseguraba de hacer cumplir las órdenes de éste.
Esta cualidad de las maras adquirida bajo Bukele, la de constituirse e instituirse en gendarmería comunitaria y social era una propiedad que todavía no habían alcanzado previamente. Tal nivel de autoridad institucional delegada de manera complaciente por Bukele a las maras es uno de los hechos más detestables y abominables que se haya experimentado.
Otros videos de supuestos mareros respaldando a Bukele de forma abierta y plena — difundidos en muchas ocasiones en momentos en que Bukele ha enfrentado avalanchas de críticas—, y atacando a los diputados, Asamblea Legislativa e indirectamente a la Sala de lo Constitucional son piezas del engranaje que permite observar el movimiento de la maquinaria ensamblada y los planes urdidos entre Bukele y las maras.
Esta maquinaria a la que Bukele la ha investido de carácter institucional no está construida sólo entre su gobierno y la mara MS13, esto es imposible de que ocurra sin la anuencia, participación y contubernio con la mara Barrio18. Es esto tan imposible e improbable como sería dudar que Caín mató a Abel.
En junio del 2018 se publicaba que también Bukele había pactado con las pandillas en su campaña para alcalde de San Salvador en febrero de 2015, y en julio de 2020 se publicó fotos e información sobre reuniones sostenidas entonces entre los hoy altos funcionarios gubernamentales Mario Durán, ministro de Gobernación, Carlos Marroquín, director de Tejido Social, y altos dirigentes de la mara MS13.
De manera que ni la reducción en la cantidad de homicidios experimentada desde que Bukele asumió la presidencia ni la publicación del reportaje “Gobierno de Bukele lleva un año negociando con la MS-13 reducción de homicidios y apoyo electoral”, publicado por el periódico elfaro el 3 de septiembre de este año, cuya difusión ha dado la vuelta al mundo, habría de sorprender ni dejar a nadie pasmado y boquiabierta.
Este pacto era un rumor y duda y conjetura social que revoloteaba en las cabezas de todos, de todos. Aun entre los seguidores de Bukele y que se ufanan de tener al mejor presidente del mundo mundial, el mejor presidente de la historia del país, que se regocijan por el ungido que ha sido capaz de resolver de una vez por todas el problema de seguridad y haber enfrentado y vencido a las maras de un tajo, aun entre este mundo ridículo y absurdo de aduladores, arribistas y oportunistas, y estúpidos, esa duda, y ya fuera que apareciera de forma fugaz y de vez en cuando, como una estampida o ráfaga de sensatez, esa ha sido una duda que no les ha permitido dormir tranquilos durante un año y tres meses.
Hoy, esa duda ha sido despejada de una vez y para siempre. Esa que fue una conjetura es una certeza de la realidad y de la verdad incontrovertible, así sea que se revuelquen, así sea que pataleen, así sea que despotriquen, así sea que esta gente de mente retorcida y atroz emanen veneno sin siquiera haber leído el reportaje y sin haberse detenido antes a ver los signos, el pacto de Bukele con las maras es un verdad, una realidad, un acto consumado irrebatible.
Sin embargo, no es el pacto en sí mismo lo que constituye la gravedad de la profunda afrenta de Bukele contra la gente, la sociedad y el país, ni sus retruécanos ni su fanfarronería ni su perversidad ni animadversión con que ha tratado esta problemática cuando ha sido cuestionado o cuando ha atribuido a otros la calidad de malditos y mil veces malditos por haber pactado y ensuciado sus manos con la sangre del pueblo salvadoreño. Tampoco ha sido que haya seguido el mismo guión de los otros de creer utilizar a las maras para sus intereses políticos y electorales.
No, la esencia de la malignidad de Bukele no se encuentra ni en el pacto ni en su evasión ni en sus estratagemas políticas. Su abominable conducta se halla en haber legitimado e institucionalizado a las maras, algo que todos los otros a pesar de haber negociado con estas, de haberse comprometido con prebendas y haber erogado fondos para concretar y mantener sus pactos políticos y electorales no habían procurado: legitimar, investir e instituir a las maras en uno de sus brazos político-sociales, convertirlas en su gendarmería comunitaria y social creando un estamento tripartito en las funciones de seguridad pública compartiendo responsabilidades entre la Policía Nacional Civil, la Fuerza Armada y las maras.
Para entender la dimensión y profundidad de este daño infringido por Bukele contra la sociedad y el país es fundamental entender y conocer al monstruo contra el que se ha enfrentado y se enfrenta la raquítica sociedad.
De aquí surge la necesidad de preguntarse ¿qué son las maras? Las maras no son un grupo o bandas aisladas de delincuentes matarifes, sicarios o mafiosos o del crimen organizado como, por ejemplo, lo fueron las bandas de secuestradores que atolondraron al país en los primeros años de la década de 1990. No son tampoco bandas de mañocitos, ladronzuelos o delincuentes que azotan ciertos tugurios, comunidades o pequeñas áreas asaltando bancos, despojando a transeúntes, casas o desmantelando vehículos.
Recurramos a la epistemología, gnoseología o, si se quiere, por último, a la teoría del conocimiento para definir y determinar el concepto y el fenómeno.
Las maras son una organización y cultura comunitaria y social que ha evolucionado a la cualidad de haberse constituido en un movimiento social y un producto socio-cultural histórico que ha adquirido las propiedades de formar parte del tuétano de la estructura de la sociedad, tanto por sus manifestaciones y propiedades determinantes en el quehacer de la superestructura como por su papel determinante en la estructura y actividad económica en general, y en la capacidad de ingresos económicos del individuo y la familia.
Están tejidas en la estructura social, ideológica, política y cultural. En el sentido sociológico, psicológico y antropológico las maras constituyen y son la expresión más concreta de la forma de pensar y actuar cotidianamente del individuo, la familia y la sociedad en su manera de organizarse, en la práctica y reproducción de sus hábitos y concepción de principios, por lo que son de igual forma la manifestación más concreta del estado de descomposición social de la sociedad en su todo y en su totalidad. Son entonces: la metástasis invasiva, el estado crónico y terminal del grado de descomposición de la sociedad. Las maras son violencia.
Tal carácter de tejido estructural es lo que les permite poseer las propiedades de cultura que no se circunscribe al o los mareros en ellos mismos, sino a impactar como cultura social. Por eso son a la vez una estructura que invade, contamina, se realimenta y refuerza en la reproducción social y cultural que mantiene controlado el tejido social y político, y hoy el institucional, en todas las formas y clases de instituciones. Las maras se han convertido en una institución, ya lo eran, pero hoy han sido legitimadas.
Las maras son violencia. Su ADN y ARN está compuesto de violencia. Aquí yace el problema fundamental: la violencia no es sólo el homicidio. La violencia es más que homicidios. Es decir, la violencia no se cuenta exclusivamente por la cantidad de homicidios que se registran a manos de las maras.
Para entender el fenómeno, problemática y la totalidad de las implicaciones de las maras y los procesos y las apuestas para transformar la problemática y el estado de resultados tangibles bajo estos supuestos procesos en la supuesta búsqueda de solución, las únicas propiedades evaluables, las cualidades que manifiestan los signos y síntomas de cambios son la evolución de cambios en el estado de la violencia que se materializan en la manera en que se reproducen social y culturalmente.
Es la violencia como totalidad, en su carácter íntegro, la que tiene que ser transformada. Nadie, ningún partido, ninguna dirigencia partidaria, ningún presidente, ningún gobierno ha mostrado voluntad ni interés en esta problemática de transformar la violencia. Todos estos, en igual condición de perversidad han utilizado una de tales formas de manifestación de esa violencia, o sea, los homicidios, como un artículo de intercambio electoral-político y en un espectáculo propagandístico. Todos. Bukele es uno de ellos.
Las triquiñuelas tanto ideológicas, políticas y propagandísticas, electorales y de fama y espectáculo de Bukele y el actual gobierno, igual que de los anteriores desde 1994, son que ha fincado sus subterfugios en el fenómeno de los homicidios como estratagema esencial para aparentar que combaten, diezman y aniquilan a las maras. Bukele ha usado estas tretas para distraer y entretener con evasivas políticas sus verdaderos intereses personales de fama y políticos y electorales.
Pero las maras son más que homicidios, son más que asesinos y asesinatos. Los homicidios, las matanzas, los asesinatos los utilizan hoy como herramienta política, como artículo de intercambio político y de prebendas, del mismo modo en que Bukele los utiliza. Frente a sus víctimas, las comunidades y socialmente las maras usan el asesinato como una herramienta más de terror de carácter disuasivo para el control social, primero, y luego como la consumación de dominio. Es decir, no es su primer recurso, su primera opción usar el asesinato sino la amenaza de muerte.
Los homicidios, tanto las maras como Bukele los han convertido en espectáculos, y en espectáculos políticos, mientras la violencia, la dominación, el control social y territorial, las extorsiones, el clima de incertidumbre y terror, la cultura y la organización social de las maras se refuerza, se solidifica cotidianamente.
Ha tenido razón el marero que dijo “yo te bajo los muertos, ya, si querés”, porque su predominancia está asegurada. Las maras gobiernan, son un gobierno con control social, cultural, político e ideológico y económico. Determinan el curso de la vida del individuo, la familia, la comunidad, la sociedad, de la infancia, de las escuelas, la educación, la atención de salud, las maneras de lograr ingresos económicos para la sobrevivencia, y hasta de las aspiraciones humanas.
Ningún gobierno se ha interesado en transformar las formas de interrelación, interacción, intercambio y reproducción social y cultural de la sociedad y sobre todo interviniendo en las comunidades más expuestas a la determinación de las maras, menos el gobierno de Bukele.
La violencia se manifiesta más en una mirada que en el asesinato concreto, en la amenaza más que en la ausencia de un muerto en la calle, en la reproducción, sostenimiento, crecimiento y reclutamiento de niños para formar parte de las maras más que en el marero preso o muerto.
La violencia se manifiesta y se concreta diariamente con la aflicción de tener el dinero para pagar la extorsión más que en la carencia de sustento para la familia. La violencia se manifiesta aun estando dentro de las casas, se manifiesta en las incertidumbres a la hora de abordar y transportarse en los buses y caminar por las calles. Las maras son la sombra de la violencia que acompaña amenazante y acechante al salvadoreño de día y de noche, dormido y despierto, pero también lo acompañan en su pensamiento y comportamiento, en lo que hace diariamente, las reproduce con su conducta social y espiritual descompuesta.
Eso es Bukele también, un marero, porque todas sus características, su comportamiento y prácticas tanto personales como políticas hacen alarde de la violencia con que se manifiesta un marero.
Sus pactos y contubernios con las maras descubiertos y conjeturados de hace ratos pero comprobados en esta semana carecen de importancia para muchos que lo seguirán glorificando, unos porque son oportunistas que andan detrás de una migaja, otros porque en verdad son estúpidos, otros porque el odio los tiene ciegos, otros porque ya tienen la migaja en el plato, y otros porque Bukele constituye parte de su conveniencia política, como el embajador de estados unidos en El Salvador que soslayó la importancia de las revelaciones diciendo que no importaba cómo se ha logrado reducir los homicidios sino el hecho de que se hayan disminuido, como queriendo decir o diciéndolo al modo en que lo dijo Rooselvelt con respecto a Somoza, al embajador Ronald Douglas Johnson casi se le escuchó decir con respecto a Bukele: “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Es interesante como las maras y su violencia han llegado a adquirir con Bukele la legitimidad institucional que muy probablemente ni estas mismas hubieran imaginado, pero sobre todo, quizá lo más preocupante sea cómo las maras y su violencia tan repudiadas, detestadas y odiadas y condenadas con estricto rigor y menosprecio social, y los pactos que otros hicieran con estas, hoy gozan del respaldo del salvadoreño, del salvadoreño de Bukele, de Caín.