El papel de los Jesuitas

El papel de los Jesuitas

El nombre de Rutilio Grande está grabado con sangre en la historia salvadoreña. Tantos años después de su asesinato, podemos valorar con mayor sosiego el aporte social del Padre Grande en su cuido por los más necesitados. Un noble jesuita que siguió los preceptos de San Ignacio de Loyola hasta el fin.

Igualmente, los demás jesuitas salvadoreños, encabezados por el Padre Ellacuría y el resto de los mártires de la UCA, dedicaron y dedican su vida al ejercicio intelectual riguroso y social, procurando una nación más justa, solidaria y comprometida con los desposeídos.

Si bien han pasado más de treinta años del atentado contra los jesuitas en la Universidad Centroamericana, su espíritu de sacrificio y su ejemplo académico no hacen más que reforzarse día con día.

Por eso que, asomándose nuevamente la cabeza del autoritarismo en El Salvador, en la figura de un presidente que raya en la megalomanía -con los guiños cómplices de la ANEP-, encontramos un oasis de esperanza en el trabajo de contención y cordura que están realizando nuevamente los jesuitas y la UCA.

Ya no se trata de las últimas pataletas de la Guerra Fría y de los conflictos entre las potencias, siendo nosotros los conejillos de indias de sus locas aventuras militares. No se trata tampoco de volver a los esquemas de comunistas contra la derecha (aunque el peligro del mesianismo está presente para devolvernos por ese triste recuerdo del pasado).

De lo que se trata ahora es de sostener y fortalecer la frágil democracia salvadoreña. Nuestra travesía no ha sido fácil y las locuras del populismo desgraciadamente se están apoderando de naciones grandes y pequeñas en todo el mundo. Nosotros no somos la excepción. Por eso estamos en una encrucijada: o retrocedemos por un camino de miseria que desgraciadamente conocemos muy bien, o apostamos un camino hacia adelante, lleno de dificultades, pero con la esperanza de que podremos sortear las piedras que encontremos y que buscan detener nuestro andar. Pongamos atención y sigamos el papel mesurado y sensato que nos proponen los jesuitas y la UCA. No caigamos en los cantos de sirena, ni en las tentaciones de un Nayib Bukele que nos quiere quitar lo que con tanta sangre derramada nos costó conseguir: la preciada democracia.

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