La ciudad que enfurece

Buenos Aires es una ciudad magnífica, inigualable durante ciertos atardeceres cerca de Plaza de Mayo, inolvidable cuando cae la noche frente al Planetario, inquietante cerca del río anchísimo que, a pesar de su caudal, siempre parece lejano. No sé si elegiría otro lugar del mundo para vivir, salvo que a la Argentina le acontezca una catástrofe -siempre posible- o que me atrapen unas tardías ansias de cambio -también probable teniendo en cuenta que a los 44 años se acerca el ahora o nunca-. Hay días, sin embargo, en los que la ciudad es satánica y no porque se comporte como una urbe superpoblada, con eso puedo vivir: yo fantaseo con mudarme a Londres, a Hong Kong, a Nueva Orleans, a Río de Janeiro; nunca se me ha podido persuadir acerca de las bondades de la tranquilidad. Cuando Buenos Aires se enloquece hace llorar, frustra, enfurece. Hoy, por ejemplo. Los profesores universitarios están de huelga. Es del todo justa la medida porque los sueldos son de miseria y no quieren dar aumento. Para protestar, decidieron dar clase en la calle, lo que significa cortar el tránsito en varios puntos. Al mismo tiempo, los trabajadores del subterráneo decidieron también hacer huelga, lo que deja a pie a millones de personas.

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